VIDEODROME. 1983, David Cronemberg

Resulta curioso que, en menos de un año, se estrenaran a principios de los ochenta dos films de terror que advertían de los riesgos del consumo creciente de televisión. Uno es Poltergeist y el otro Videodrome, ambos de naturaleza distinta pero que sin duda contribuyen a fijar el espíritu de los tiempos en relación con el mundo audiovisual, cada vez más presente en todos los ámbitos.

Videodrome es un título representativo de la primera etapa de David Cronemberg, todavía centrada en el horror físico (con ribetes de gore) y que empieza a potenciar el aspecto psicológico en tramas que ganan en complejidad y poder metafórico. Se aprecian las constantes de su cine: la transfiguración del cuerpo (el concepto de la nueva carne), el sexo como fuente de placer y dolor, la posibilidad de mundos alternativos y paraísos artificiales... la propuesta del autor canadiense es un viaje al subconsciente del protagonista, el responsable de un modesto canal de televisión que trata de obtener público emitiendo contenidos polémicos. En su búsqueda de programas con carga erótica y violenta encuentra, a través de una señal pirata, algo titulado Videodrome que empieza a ejercer un poderoso influjo sobre él, hasta llegar a alterar su percepción de la realidad y sumirle en peligrosas alucinaciones. Cronemberg establece así una analogía entre la representación catódica y los bajos instintos del ser humano, una crítica que no solo no ha perdido vigencia sino que ha reforzado sus argumentos con el transcurso del tiempo.

Bien es verdad que el guion escrito por el propio Cronemberg a veces resulta arbitrario, y que James Woods muestra sus limitaciones como actor en un papel exigente, acompañado entre otros nombres por una hierática Deborah Harry. Las debilidades de Videodrome son superadas gracias al estilo enérgico del director y el dinamismo de la puesta en escena, con movimientos de cámara y soluciones estéticas de gran expresividad. Algo a lo que contribuye la fotografía de Mark Irwin, colaborador habitual de Cronemberg en aquella época. Otro miembro del equipo que se ha mantenido inalterable hasta el presente es Howard Shore, compositor de una banda sonora que recoge los sonidos característicos de entonces, con sintetizadores oscuros y un acentuado sentido de la atmósfera que aporta identidad al film.

Vista hoy, Videodrome es una irresistible extravagancia que remite al cine de terror de serie B de la década de los cuarenta, pasado por el filtro siempre personal y extraño de David Cronemberg. Un director que ya concitaba el culto del público amante del género y que con Videodrome firma uno de sus trabajos más interesantes, una película arriesgada y premonitoria de la sociedad adicta a las imágenes que se ha implantado después. No se pierdan el anuncio con el que se promocionaba el film, una pequeña joya con todo el regusto de los años ochenta: