SHOWGIRLS. 1995, Paul Verhoeven

Tras el éxito obtenido con dos películas de ciencia ficción realizadas en Estados Unidos (Robocop y Desafío total), el director neerlandés Paul Verhoeven se encuentra plenamente instalado en Hollywood y es contratado por Carolco para filmar un guion que es la comidilla en los mentideros del negocio, cuyo título pronto se haría célebre: Instinto básico. El autor, Joe Eszterhas, también es de origen europeo y coincide con Verhoeven en el propósito de dinamitar el sistema desde dentro, a modo de caballo de Troya cinematográfico, exponiendo las contrapartidas del turbocapitalismo mediante productos arraigados en la cultura popular. Así, Instinto básico se presenta como un pulp sofisticado que persigue el escándalo y que alcanza repercusión incluso antes del estreno, inaugurando una trilogía dispuesta a revelar las miserias del sueño americano, que se extenderá durante los años noventa con ShowgirlsStarship Troopers.

El segundo de estos títulos, Showgirls, vuelve a contar con un texto de Eszterhas (aquí además productor asociado) y el respaldo financiero de Carolco, para recrear una versión bizarra de Eva al desnudo. En lugar del mundo del teatro, la acción se traslada hasta las salas de espectáculos de Las Vegas, donde las aspirantes a estrella luchan por conquistar el puesto de las bailarinas principales. Una de ellas es Nomi Malone, interpretada por Elizabeth Berkley en su primer papel protagonista en el cine, quien poco a poco tratará de sustituir al personaje encarnado por Gina Gershon. El actor Kyle MacLachlan pone rostro al tercer vértice del triángulo, el director del espectáculo que ambas compiten por protagonizar, junto a una extensa fauna de personajes representados por un plantel variopinto. Ninguno de ellos busca la credibilidad, porque todo lo que se mueve en el film viene empujado por el exceso: la trama, los decorados, las criaturas que los pueblan... Verhoeven construye un gran guiñol estridente y hortera que convierte las referencias mitológicas (Ícaro, Fausto) en clichés de género iluminados por llamativas luces de colores, un delirio camp que reviste su voluntad de sátira con abundantes dosis de sexo y violencia.

La idea que sostiene Showgirls de mostrar a la sociedad estadounidense el reflejo distorsionado de su individualismo y ambición no fue entendida en su momento, dando como resultado un fracaso estruendoso de crítica y público. Vista hoy, la película luce gozosa en su atrevimiento y en su ausencia de miedo al ridículo, con diálogos y escenas tan absurdas que se antojan memorables (atención al polvo en la piscina, puede que el más esperpéntico jamás rodado). Lo cierto es que más allá del kitsch y de los generosos desnudos femeninos, se impone el vigor de Paul Verhoeven como cineasta: Showgirls está narrada con pulso y exhibe fuerza en las imágenes, la fotografía de Jost Vacano saca el máximo provecho de los escenarios y la planificación es ejemplar, incluso bastante clásica en la manera de vertebrar las situaciones.

Así pues, solo cabe abandonarse al disfrute sin prejuicios de este fabuloso divertimento que es Showgirls. Un caramelo picante que tiene la habilidad de colar su discurso crítico contra el neoliberalismo salvaje entre oleadas de brillantina, lentejuelas y pezones.